Vivo en esta casa hace siete años.
La casa se ha ido transformando. Sus habitantes también. Pero yo he permanecido.
También han permanecido libros, lámparas, algunos muebles y plantas.
Hay poesía y música que a veces suena. Y un gato blanco que nos bendice con su presencia y colma de amor todo lo que toca. Hay nuevos aromas, especias raras en la alacena de la cocina, un delantal con florecitas colgado de un clavo de la cocina y nuevas recetas.
Hay un piano y dos guitarras. También un cuenco lleno de instrumentos para hacer ruiditos simples.
Me recuerdan lo simple que es todo cuando el mundo a mi alrededor se vuelve muy complicado.
Hay un cuadro enorme que pintó mi hermano y que me regaló cuando tuve que enfrentarme a una batalla.
No hay nada de malo en querer tirar todo por la borda.
Pero yo pertenezco a aquellos seres que de las ruinas encuentran una flor.
En eso pensaba mientras acariciaba las hojas enfermas de una planta que supo tener historia pero que nadie de aquellos que pertenecieron a aquella historia reclamó.
Qué será del destino de este ser no lo sé.
Sólo sé que yo no lo puedo curar.